El nombre del título ya puede remitir a un estado de
nostalgia por un pasado feliz. Ese puede ser el pasado de la infancia, de una
niñez donde al menos la ignorancia de la complejidad del mundo otorgaba un
estado de felicidad infinita. Aunque bien puede remitir a cualquier momento
vivido del cual se tengan bellos recuerdos.
En esta genial propuesta, ese universo maravilloso y
perdido es puesto en juego mediante la añoranza de un momento de juventud en el
que la música atravesaba a los protagonistas en todos los aspectos de su vida.
En escena, una especie de trastero, de cuarto donde
uno guarda todo aquello que actualmente no tiene uso, muestra unas repisas
cubiertas de discos de vinilo.
Por medio de las relaciones que se establecen entre
el vendedor y el joven comprador de discos, el público se entera de la pasión
que ambos sienten por los discos de Peter Hamill, un músico de culto seguido
fielmente por un escueto grupo.
De esta manera se presenta el tema de la pasión por
un arte (por la música, por los discos de vinilo, por Peter Hamill) así como
esa especie de fraternidad de pertenencia de clase que sienten todos aquellos
que comparten la misma pasión.
A
la vez, se establece una relación íntima entre la música, la juventud y las
pasiones, y aquellos vínculos que nacen a partir de compartir una idéntica
obsesión donde las relaciones surgen y se desarrollan intermediadas por el
arte, como si se tratara de colegas de profesión.
El
texto dramático propone que las afinidades artísticas entre aquellos que las
comparten es algo que puede convertirse en una firme convicción en relación a
la vida y al mundo.
Así
quedan planteadas estas relaciones como una profundidad en común que tiene que
ver con elecciones, o incluso, filosofía de vida.
Todo
esto se ve plasmado en la profunda simpleza de la música.
Luego
el paso del tiempo.
Quien
vende los discos de su propia colección, lo hace para emprender un nuevo
negocio que implica un crecimiento en el transcurso de su vida. Es un
desprendimiento de un momento significativo de su pasado del que le cuesta
soltarse. Pero es un paso importante en el camino de madurar, encarar la vida y
hacerse hombre. Este cambio se produce.
Lo
interesante es que se da con sabiduría.
La
puesta en escena muestra el crecimiento y la transformación de estos jóvenes
fanáticos de Hamill de manera tal que son impulsados por la esperanza de esa
ilusión que aún conservan.
Por
eso, la mirada final resulta esperanzadora. Uno debe resignar algunas cosas de
la vida para continuar su desarrollo en ella, pero no por ello ha de perder la
esperanza, aunque sea en bueyes perdidos, ni perder la capacidad de jugar
(sobre todo si uno piensa en la música también como juego) e ilusionarse. Porque
eso es lo que sostiene, lo que impulsa a continuar, como una zanahoria delante.
Y lo que mantiene la belleza de la vida.
Bien
cabe también para esta propuesta pensar, parafraseando a aquél argentino que
participó de la Revolución Cubana ,
que hay que endurecerse pero sin perder la ternura jamás.
Una
obra de la que uno sale con ganas de escuchar música, de tomar una copa, de
estar con amigos, en definitiva, de disfrutar de la vida.
Qué:
La edad de oro
Quién:
Dramaturgia: Walter Jakob, Agustín Mendilaharzu.- Actuación: Denise Groesman,
Walter Jakob, Ezequiel Rodríguez, Pablo Sigal.- Escenografía: Magali Acha.- Iluminación:
Adrian Grimozzi, Eduardo Pérez Winter.- Ilustrador: Ignacio Masllorens.- Diseño
gráfico: Andrés Mendilaharzu.- Asistencia de dirección: Gabriel Zayat.- Productor
asociado: Roberto Malkassian.- Colaboración artística: Alberto Ajaka.- Dirección:
Walter Jakob, Agustín Mendilaharzu.- Web: http://www.elextranjeroteatro.com
Dónde:
EL EXTRANJERO Valentín Gómez 3378.- www.elextranjeroteatro.com
Cuándo:
Viernes - 23:30 hs
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