“A veces me pregunto si el
amor no es uno de esos lugares, siempre con pulóveres agujereados” (gacetilla
de la obra)
La vida es breve. La vida es
un instante perpetuo. La vida es como una ficción y su duración es relativa,
subjetiva.
La propuesta que despliegan
Esteban Bieda y Nahuel Cano, en conjunto con un dúctil grupo de buenos actores,
es, como ellos dicen, “una opinión contemporánea, mutante y caótica del
universo narrativo de León Tolstoi y Anton Chéjov”.
También es un grito poético
sobre la brevedad de la existencia y la posibilidad de vivir intensamente cada
instante.
En el espacio amplio donde
se despliega este mundo, y bajo una luz total que sólo desciendo al principio mientras el humo enturbia todo, se ve
ropa colgada en distintos percheros expuestos en escena. Son trajes diversos
como los roles que cada uno interpreta en el escenario de la vida.
Un ventanal al fondo abre la
mirada hacia la posibilidad de otro lugar, externo, no audible, múltiple, que
puede remitir también a lo exótico.
El universo ruso y sus
nostalgias, conflictos e imposibilidades que crean drama, son el disparador
inicial, pero la obra se desprende de aquellos autores para plantear en el
mundo presente el devenir de la existencia.
Las primeras palabras nos
dicen que están “todos cayendo”. Juicios
vacíos sobre los otros muestran la pobreza espiritual de una clase que parece
aferrarse a la vida del antiguo régimen, donde los “horribles” pobres estaban
ocultos a sus ojos. Ahora tienen que compartir con ellos sus hipocresías
cómodas en los transportes públicos. Así la obra penetra mordazmente en la contemporaneidad
del presente.
La decadencia atraviesa la
moral, la sociedad, y la materia misma, que se hace palpable en el espacio
físico, en las relaciones, en el torbellino de las interpretaciones que se
abalanzan hacia el final.
Todos conviven en escena
como si estuvieran probando palabras, cosas, acciones. Se superponen las
situaciones y se entremezclan los personajes de los autores rusos con tal
dinámica, que parecen piezas de encastre y el espectador puede seguir los
relatos con fluidez.
Cierto estado trágico de la
vida sobrevuela cada instante. El desamor, la fatalidad, el tiempo, el amor, la
muerte dando vueltas, los presagios, “la sensación de que algo terrible nos
pasará a todos”.
Esos cambios constantes,
ligados hábilmente por la dirección, se verán en la mudanza permanente del
vestuario en escena, en los desplazamientos de los percheros que sirven de
escenografía, en la develación del dispositivo.
La obra se arma en una
superposición de momentos que no decaen. La euforia convive con rupturas
delirantes que rompen cualquier solemnidad. La música transforma la escena en
un recital performático donde el amor es una mierda, llorar es como respirar, saber
cómo son las cosas resulta asfixiante y cuanto uno más se cultiva, más infeliz
se vuelve.
En ese devenir de
dependencia de todo lo que forma parte de la vida (los otros, el amor, el
conocimiento, el sufrimiento, la materia), vemos decaer a los personajes a
medida que la obra se acerca a su fin, en paralelo con la existencia misma de
las cosas, que se corroen por el tiempo.
Todo concluye en la ficción
como en la realidad.
La vida es tan breve que no
sería difícil sospechar, junto a los actores, que en un punto, somos eternos.
Qué: La vida breve
Quién: Autoría: Esteban
Bieda, Nahuel Cano.- Actuación:María Abadi, Anabella Bacigalupo, Florencia
Bergallo, Diego Echegoyen, Leonardo Murúa, Javier Pedersoli, Mariano
Sayavedra.- Diseño de vestuario: Belén Parra.- Diseño de escenografía: Julieta
Potenze.- Diseño de luces: Rocío Caliri, Matías Sendón.- Video: Martín Berra.-
Diseño gráfico: Sonia Basch.- Entrenamiento vocal: Claudia Cano.- Asistencia coreográfica:
Laura Aguerreberry.- Asistencia de dirección: Gastón Guanziroli.- Producción
ejecutiva: Laura Loredo Rubio, Julieta Potenze.- Co-producción:
Estudio|elcuarto|, FIba.- Dirección: Nahuel Cano.-
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