viernes, 15 de julio de 2016

LA VIDA BREVE

“A veces me pregunto si el amor no es uno de esos lugares, siempre con pulóveres agujereados” (gacetilla de la obra)

La vida es breve. La vida es un instante perpetuo. La vida es como una ficción y su duración es relativa, subjetiva.
La propuesta que despliegan Esteban Bieda y Nahuel Cano, en conjunto con un dúctil grupo de buenos actores, es, como ellos dicen, “una opinión contemporánea, mutante y caótica del universo narrativo de León Tolstoi y Anton Chéjov”.
También es un grito poético sobre la brevedad de la existencia y la posibilidad de vivir intensamente cada instante.
En el espacio amplio donde se despliega este mundo, y bajo una luz total que sólo desciendo al principio mientras el humo enturbia todo, se ve ropa colgada en distintos percheros expuestos en escena. Son trajes diversos como los roles que cada uno interpreta en el escenario de la vida.
Un ventanal al fondo abre la mirada hacia la posibilidad de otro lugar, externo, no audible, múltiple, que puede remitir también a lo exótico.
El universo ruso y sus nostalgias, conflictos e imposibilidades que crean drama, son el disparador inicial, pero la obra se desprende de aquellos autores para plantear en el mundo presente el devenir de la existencia.
Las primeras palabras nos dicen que están  “todos cayendo”. Juicios vacíos sobre los otros muestran la pobreza espiritual de una clase que parece aferrarse a la vida del antiguo régimen, donde los “horribles” pobres estaban ocultos a sus ojos. Ahora tienen que compartir con ellos sus hipocresías cómodas en los transportes públicos. Así la obra penetra mordazmente en la contemporaneidad del presente.
La decadencia atraviesa la moral, la sociedad, y la materia misma, que se hace palpable en el espacio físico, en las relaciones, en el torbellino de las interpretaciones que se abalanzan hacia el final.
Todos conviven en escena como si estuvieran probando palabras, cosas, acciones. Se superponen las situaciones y se entremezclan los personajes de los autores rusos con tal dinámica, que parecen piezas de encastre y el espectador puede seguir los relatos con fluidez.
Cierto estado trágico de la vida sobrevuela cada instante. El desamor, la fatalidad, el tiempo, el amor, la muerte dando vueltas, los presagios, “la sensación de que algo terrible nos pasará a todos”.
Esos cambios constantes, ligados hábilmente por la dirección, se verán en la mudanza permanente del vestuario en escena, en los desplazamientos de los percheros que sirven de escenografía, en la develación del dispositivo.
La obra se arma en una superposición de momentos que no decaen. La euforia convive con rupturas delirantes que rompen cualquier solemnidad. La música transforma la escena en un recital performático donde el amor es una mierda, llorar es como respirar, saber cómo son las cosas resulta asfixiante y cuanto uno más se cultiva, más infeliz se vuelve.
En ese devenir de dependencia de todo lo que forma parte de la vida (los otros, el amor, el conocimiento, el sufrimiento, la materia), vemos decaer a los personajes a medida que la obra se acerca a su fin, en paralelo con la existencia misma de las cosas, que se corroen por el tiempo.
Todo concluye en la ficción como en la realidad.
La vida es tan breve que no sería difícil sospechar, junto a los actores, que en un punto, somos eternos.

Qué: La vida breve

Quién: Autoría: Esteban Bieda, Nahuel Cano.- Actuación:María Abadi, Anabella Bacigalupo, Florencia Bergallo, Diego Echegoyen, Leonardo Murúa, Javier Pedersoli, Mariano Sayavedra.- Diseño de vestuario: Belén Parra.- Diseño de escenografía: Julieta Potenze.- Diseño de luces: Rocío Caliri, Matías Sendón.- Video: Martín Berra.- Diseño gráfico: Sonia Basch.- Entrenamiento vocal: Claudia Cano.- Asistencia coreográfica: Laura Aguerreberry.- Asistencia de dirección: Gastón Guanziroli.- Producción ejecutiva: Laura Loredo Rubio, Julieta Potenze.- Co-producción: Estudio|elcuarto|, FIba.- Dirección: Nahuel Cano.-

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