En un horario poco habitual
para lo que es el teatro en esta gran ciudad habitada por teatristas, tiene
lugar este curioso acontecimiento.
El público llega amodorrado
a la sala Apacheta, un espacio relajado y contenedor, atendido por sus propios
actores. Sube las escaleras dispuesto a
participar como un invitado en un almuerzo de domingo. La atmósfera es descontracturada
y los intérpretes están allí mismo. Parecen tan a la expectativa como el público
cercano.
En la escena están todos vestidos
con trajes deportivos, parados, apoyados contra alguna pared, sentados,
mientras observan cómo nos acomodamos en las gradas. Es un ambiente casero, íntimo,
humano.
Empieza la obra con una
especie de aclaración, cual nota al pie de la actriz más mayor, que explica que puede olvidarse la
letra y recibir ayuda de los compañeros. Es tomada con naturalidad. Luego todos
los actores comienzan a correr. Metáfora que sirve para entrar en calor
físicamente y despejar la mente, además de poner en tensión el núcleo
conflictivo sobre el que circula la pieza, donde el protagonista está postrado
en una silla de ruedas debido a una enfermedad jamás nombrada.
“No es bueno que estés en la
oscuridad” es una de las primeras frases. Y la propia pieza teatral sale a luz
poniendo en evidencia todos sus mecanismos. Los actores permanecen a la vista
aunque no estén ‘actuando’, mueven los objetos que sirven de escenografía, se
dan indicaciones, se impulsan, se sientan y relajan fuera de escena. Entre
ellos, un relator corporiza las didascalias de la obra e interviene activamente
con sus señalamientos. Describe acciones físicas de los personajes que ellos
interpretan libremente.
El poder sugestivo de la
imaginación es tal, que basta con la descripción verbal para que el espectador fantasee
la situación. Los actores le dan el énfasis emocional suficiente para ayudar a
completarla.
Branco, el protagonista,
aparece en silla de ruedas. Es el que menos conflicto parece tener con la
situación que vive y sobre la que gravitan todos los personajes de la obra.
A través de respiraciones
sonoras, sucede una especie de intervención ‘emocional’ de los actores, como si
fuera una opinión sobre el estado de ánimo de la escena. Suspiran para darle
énfasis o canalizar la dosis emocional que emana de la misma.
Por otro lado, avanzan en el
relato con una permanente dirección de la mirada al público, una interpelación
constante. Como si le estuvieran contando el cuentito y esperaran atentamente
su reacción. Una manera más de evidenciar la teatralidad, de mostrar los
mecanismos de construcción del universo ficcional, de no esconder nada.
Imposible no reflexionar
sobre esta forma de actuar despojados de todo aquello que hace al relato de la
obra, donde parece que verbalizaran pensamientos implícitos como por ejemplo “…ahora
que estás viejo y te estás por morir…” cuando la madre de Branco se dirige a su
padre a hacerle una pregunta.
Se observa cierta búsqueda
por la cercanía humana desde la carencia, desde la necesidad de convivir con el
otro, con sus diferencias o excentricidades, con sus patologías y sus sonrisas. En esa distancia entre los seres humanos, que
parece aumentar la soledad y la ausencia de amor que sufren todos en el fondo,
cada uno con su dolor, se cuela una crítica cómica a las redes sociales donde
el Facebook es la estrella. Un lugar de encuentro virtual donde si uno no
figura pareciera no existir. Pero, como expresa el texto en una parte: “cómo
sabes quién sos si no hay gente a tu alrededor”.
“Tenemos que caminar” es
otra frase que juega con el conflicto central y que a la vez suena a modo de
impulso, de propuesta, de aliento. Caminar es ir hacia, es recorrer, es
descubrir, es salir del lugar en donde uno está.
Cómo ayudar al otro es parte
de la pregunta del drama, y la respuesta viene de la mano de la propia puesta
en escena. Acercándose al otro, mirándolo, incluyéndolo, entrando en un contacto afectuoso.
Al final, están presentes todos
en la escena, agrupados por las parejas que conforman en la ficción. Miran al
público como esperando una respuesta o sin esperar nada, inhalando el momento.
La atmósfera se llena de pensamientos, reflexiones, emociones.
Una tensión particular
mantiene al espectador en suspenso hasta que comienzan los aplausos.
Si la intención es respirar
juntos, como cuenta Cacace, su director, lo han logrado.
Qué: Mi hijo solo camina un
poco más lento
Quién: Dramaturgia: Ivor
Martinić.- Traducción: Nikolina Zidek.- Actuación: Aldo Alessandrini, Antonio
Bax, Luis Blanco, Elsa Bloise, Paula Fernandez Mbarak, Pilar Boyle, Clarisa
Korovsky, Romina Padoan, Juan Andrés Romanazzi, Gonzalo San Millan, Juan Tupac
Soler.- Vestuario y Escenografía: Alberto Albelda.- Diseño de luces: David
Seldes.- Asistencia de dirección: Julieta Abriola, Juan Andrés Romanazzi.-
Prensa: Carolina Alfonso.- Arreglos musicales: Francisco Casares.- Dirección:
Guillermo Cacace.-
Duración: 75 minutos
Dónde: APACHETA SALA
ESTUDIO Pasco 623 Teléfonos: 4943-7900 / 1530142997
Cuándo: Domingo y Sábado -
11:30 hs y 14:00 hs - Hasta el 29/05/2016